3.
Son ellos, murmuran en el caserío. Vienen para acá, susurran algunos. Son los tutapuriq ("los que caminan de noche"), avisan otros...
La pregunta es una, pero el interrogante se bifurca una y otra vez hasta expandirse en cientos de incógnitas sin respuesta que se desplazan sobre el mapa de una realidad compleja donde la promesa extrema, el racismo y el resentimiento de clase, el desprecio de un Estado ausente y la profunda brecha social entre la zona costera (urbana, desarrollada, criolla) y la sierra campesina (indígena, librada a su suerte, atrasada) convergen en un fenómeno que abre un abismo en la historia reciente del Perú. ¿Cómo pudo una organización de raíz maoísta, pequeña, sectaria y dogmática, con un discurso autoritario y un funcionamiento interno nada democrático, conformada en sus orígenes por intelectuales de clase media, convocar a cientos de jóvenes con sus consignas, poner en jaque al Estado y controlar gran parte del territorio, hasta provocar que el 42 por ciento del Perú se ubique bajo estado de emergencia?¿Por qué esta fuerza, que dice representar los intereses de los campesinos y oponerse al abuso de los poderosos, es expresión de un resentimiento de clase contra le élite criolla (particularmente, la limeña) y, al mismo tiempo, de un desprecio racista contra la masa indígena y chola que terminará signando su método autoritario, y de una constante subestimación de sus propias bases sociales?¿De qué forma Sendero Luminoso, que asume modos stalinistas, que atrae con su discurso a sectores marginados y lumpenizados de la sociedad pero que, al mismo tiempo, rechaza a la izquierda tradicional (y hasta atenta contra ella) y excluye de sus filas al movimiento obrero organizado calificándolo de "aristocracia obrera" y hasta señalándolo como enemigo a neutralizar, creció de la nada hasta multiplicarse por miles e las zonas rurales, aisladas y económicamente atrasadas, del sudoeste peruano y logró conformar en una decena de regiones un Estado paralelo, con reglas propias y una férrea disciplina?¿Puede una fuerza guerrillera, popular y revolucionaria, que vulgariza el marxismo hasta el extremo para otorgar respuestas sencillas a problemas complejos, utilizar el terror como herramienta de dominación ante quienes pretende representar, pero a la vez sacar mayor provecho del miedo como elemento para ganar autoridad y respeto de las propias comunidades, repitiendo de un modo inverso el poder del Estado burgués, que es respetado y temido precisamente por su capacidad de ejercer violencia como represalia?
El único modo de intentar comprender la identidad de Sendero Luminoso es detenerse en su origen y desarrollo durante los primeros años. Sólo así es probable entender a ese reducido número de militantes, muchos de los cuales provenían de la universidad como docentes o como alumnos, que regresan a las comunidades campesinas y logran el reconocimiento de sus pobladores por la extrema valoración que desde el campo se le otorga a la educación, por su origen familiar (muchos de ellos eran hijos de campesinos), y por la atracción de un discurso que viene a denunciar no sólo la ausencia de un Estado burgués explotador y abandónico (representado por instituciones como la Iglesia, la policía o los partidos políticos), sino también que ofrece como alternativa un nuevo sistema que propone soluciones justas a problemas concretos, que explota las frustraciones sociales y económicas para manipular a la masa y que defiende un violento concepto de justicia popular y un sistema de valores tan extremo como inquebrantable. En este sentido, el terror como método no hizo otra cosa -aunque parezca paradójico- que incrementar su base social y multiplicar el prestigio de Sendero a nivel popular. Si primero el terror era la herramienta para mantener el orden, garantizar la seguridad de los comuneros e imponer una escala de valores ante un Estado corrupto y represor; tiempo más tarde será el método exclusivo para dirimir diferencias internas, para garantizar la unidad sin controversias y para disciplinar a la población detrás del temor ante la chance de ser señalado por delator o desertor. "El partido tiene mil ojos y mil oídos" era la consigna en todos los poblados dominados por Sendero, donde aquellos que denunciaban actos sospechosos temían, a su vez, ser acusados de contravenciones similares por sus vecinos.
Al mismo tiempo, las órdenes eran indiscutibles porque el partido en sí era de un verticalismo absoluto. Si cualquier discrepancia merecía el apelativo de "revisionista", la entronización de la cúpula senderista, más particularmente de su líder, Abimael Guzmán, no podía de ningún modo evitar caer en un culto a la personalidad que mixturaba las formas clásicas del stalinismo con elementos míticos del imaginario andino. La unidad inquebrantable del Partido bajo las órdenes incuestionables e infalibles del Presidente Gonzalo permitía controlar cualquier desviación y purgarla de inmediato, pero también generaba una concentración de poder única y hasta su propio corpus ideológico: el "Pensamiento Gonzalo", la aplicación del marxismo-leninismo-maoísmo a la realidad concreta de Perú a partir de la mirada iluminada de su máximo líder. Un mito para sus bases que sólo conocieron el rostro de su endiosado líder en 1992, cuando cayó en manos de un enemigo que lo humilló encerrándolo en una jaula como un animal salvaje, vistiéndolo con un traje a rayas pero, particularmente, exponiéndolo a la vista de todos tan vulnerable como era: más cerca de la imagen del profesor universitario que del guerrillero implacable y feroz que podía devastar al capitalismo peruano con sólo proponérselo.
Para comprender las desviaciones autoritarias de Sendero hay que detenerse en un Estado burgués que decidió ignorar a una porción de su sociedad, que cimentó con décadas de miseria y explotación un odio profundo contra los sectores desarrollados, que alimentó un silencioso resentimiento de décadas contra la alianza entre las Fuerzas Armadas y el Poder Ejecutivo a través de medidas coercitivas como represalia en el campo (militarizando poblados y obligando a enfrentarse armados a pobres contra pobres, bajo el eufemismo de "rondas campesinas"), que arrasó con comunas y asesinó a mansalva a cómplices, sospechosos e indiferentes, que no solucionó ni aún después del repliegue senderista una sola de las necesidades básicas de la población más atrasada, que fue afilando la punta de esa lanza que buscó, durante al menos una década, la yugular de un sistema enfermo, racista e injusto.
4.
Aislado a nivel nacional e internacional de otras fuerzas de izquierda, Sendero debió establecer un programa de acción si se quiere original: asumir los rígidos lineamientos políticos, ideológicos y militares del maoísmo, al mismo tiempo que adoptaba diferentes tácticas y estrategias conforme se modificaba la situación sudamericana. Como ninguna otra organización, Guzmán logró combinar rigidez a nivel de secta partidaria, con pragmatismo en la acción. La lectura y adaptación que el Presidente Gonzalo hizo de los textos de Mariátegui le sirvieron para realizar una similar caracterización de las realidades latinoamericanas: sociedades coloniales, incapacidad de la burguesía para llevar a cabo la revolución democrática, debilidad del proletariado como vanguardia de la revolución, y por ello, la necesidad de incorporar al campesinado indígena. Del Amauta también sumó la cuestión étnica que atraviesa todo el continente y que en Perú se presenta de manera violenta desde la conquista. No sólo existe el conflicto entre indígenas y blancos, sino que también se da por su territorio: el mestizo rico habita las zonas cercanas al poder que otorga la salida al mar, y los indígenas subsisten en la sierra y en la selva. Casi medio siglo más tarde, Sendero reelabora estos conceptos y los limita a los lineamientos maoístas de confrontar campo-ciudad y el conflicto étnico, sólo a la contradicción de clase. Como los campesinos -en su mayoría indígenas- constituían la población más numerosa, eran la vanguardia de la revolución, relegando al proletariado y a los sectores medios, grupos sociales que -más allá de los enunciados partidarios que los incluían como aliados- fueron excluidos.
Para la consolidación de la lucha armada, la dirigencia de Sendero vislumbró la necesidad de conformar tres frentes donde hacer pie. El principal fue la zona de influencia de Ayacucho, donde buscó exagerar las disputas étnicas y los deseos de venganza entre campesinos. Otro frente fue el Alto Huallaga, la región selvática del Amazonas donde se desarrolló y consolidó la producción de hoja de coca para el narcotráfico, y en el que Sendero asumió la protección militar de pequeños productores que eran víctimas de los narcotraficantes y de las ofensivas armadas del gobierno. El tercer frente fue el urbano: la ciudad de Lima. Sendero plantó bandera, a partir de 1989, en los suburbios marginales conformados por campesinos venidos de la sierra y el campo. Allí, Sendero se metió de lleno en la problemática barrial donde la seguridad era el mayor reclamo. Con una extensa red de informantes, los cuadros del Partido amenazaban, amonestaban o asesinaban a los delincuentes para lograr la simpatía de los vecinos. Al poco tiempo, en cada familia había un cuadro de Sendero, el Partido estaba en casa y barriadas enteras asumían como propios los patrones de conducta elaborados por Guzmán.