Bienvenido

SENDERO LUMINOSO: DE MARIÁTEGUI AL TERROR ROJO (segunda parte)

domingo, 26 de diciembre de 2010



3.


Son ellos, murmuran en el caserío. Vienen para acá, susurran algunos. Son los tutapuriq ("los que caminan de noche"), avisan otros...

La pregunta es una, pero el interrogante se bifurca una y otra vez hasta expandirse en cientos de incógnitas sin respuesta que se desplazan sobre el mapa de una realidad compleja donde la promesa extrema, el racismo y el resentimiento de clase, el desprecio de un Estado ausente y la profunda brecha social entre la zona costera (urbana, desarrollada, criolla) y la sierra campesina (indígena, librada a su suerte, atrasada) convergen en un fenómeno que abre un abismo en la historia reciente del Perú. ¿Cómo pudo una organización de raíz maoísta, pequeña, sectaria y dogmática, con un discurso autoritario y un funcionamiento interno nada democrático, conformada en sus orígenes por intelectuales de clase media, convocar a cientos de jóvenes con sus consignas, poner en jaque al Estado y controlar gran parte del territorio, hasta provocar que el 42 por ciento del Perú se ubique bajo estado de emergencia?¿Por qué esta fuerza, que dice representar los intereses de los campesinos y oponerse al abuso de los poderosos, es expresión de un resentimiento de clase contra le élite criolla (particularmente, la limeña) y, al mismo tiempo, de un desprecio racista contra la masa indígena y chola que terminará signando su método autoritario, y de una constante subestimación de sus propias bases sociales?¿De qué forma Sendero Luminoso, que asume modos stalinistas, que atrae con su discurso a sectores marginados y lumpenizados de la sociedad pero que, al mismo tiempo, rechaza a la izquierda tradicional (y hasta atenta contra ella) y excluye de sus filas al movimiento obrero organizado calificándolo de "aristocracia obrera" y hasta señalándolo como enemigo a neutralizar, creció de la nada hasta multiplicarse por miles e las zonas rurales, aisladas y económicamente atrasadas, del sudoeste peruano y logró conformar en una decena de regiones un Estado paralelo, con reglas propias y una férrea disciplina?¿Puede una fuerza guerrillera, popular y revolucionaria, que vulgariza el marxismo hasta el extremo para otorgar respuestas sencillas a problemas complejos, utilizar el terror como herramienta de dominación ante quienes pretende representar, pero a la vez sacar mayor provecho del miedo como elemento para ganar autoridad y respeto de las propias comunidades, repitiendo de un modo inverso el poder del Estado burgués, que es respetado y temido precisamente por su capacidad de ejercer violencia como represalia?


El único modo de intentar comprender la identidad de Sendero Luminoso es detenerse en su origen y desarrollo durante los primeros años. Sólo así es probable entender a ese reducido número de militantes, muchos de los cuales provenían de la universidad como docentes o como alumnos, que regresan a las comunidades campesinas y logran el reconocimiento de sus pobladores por la extrema valoración que desde el campo se le otorga a la educación, por su origen familiar (muchos de ellos eran hijos de campesinos), y por la atracción de un discurso que viene a denunciar no sólo la ausencia de un Estado burgués explotador y abandónico (representado por instituciones como la Iglesia, la policía o los partidos políticos), sino también que ofrece como alternativa un nuevo sistema que propone soluciones justas a problemas concretos, que explota las frustraciones sociales y económicas para manipular a la masa y que defiende un violento concepto de justicia popular y un sistema de valores tan extremo como inquebrantable. En este sentido, el terror como método no hizo otra cosa -aunque parezca paradójico- que incrementar su base social y multiplicar el prestigio de Sendero a nivel popular. Si primero el terror era la herramienta para mantener el orden, garantizar la seguridad de los comuneros e imponer una escala de valores ante un Estado corrupto y represor; tiempo más tarde será el método exclusivo para dirimir diferencias internas, para garantizar la unidad sin controversias y para disciplinar a la población detrás del temor ante la chance de ser señalado por delator o desertor. "El partido tiene mil ojos y mil oídos" era la consigna en todos los poblados dominados por Sendero, donde aquellos que denunciaban actos sospechosos temían, a su vez, ser acusados de contravenciones similares por sus vecinos.

Al mismo tiempo, las órdenes eran indiscutibles porque el partido en sí era de un verticalismo absoluto. Si cualquier discrepancia merecía el apelativo de "revisionista", la entronización de la cúpula senderista, más particularmente de su líder, Abimael Guzmán, no podía de ningún modo evitar caer en un culto a la personalidad que mixturaba las formas clásicas del stalinismo con elementos míticos del imaginario andino. La unidad inquebrantable del Partido bajo las órdenes incuestionables e infalibles del Presidente Gonzalo permitía controlar cualquier desviación y purgarla de inmediato, pero también generaba una concentración de poder única y hasta su propio corpus ideológico: el "Pensamiento Gonzalo", la aplicación del marxismo-leninismo-maoísmo a la realidad concreta de Perú a partir de la mirada iluminada de su máximo líder. Un mito para sus bases que sólo conocieron el rostro de su endiosado líder en 1992, cuando cayó en manos de un enemigo que lo humilló encerrándolo en una jaula como un animal salvaje, vistiéndolo con un traje a rayas pero, particularmente, exponiéndolo a la vista de todos tan vulnerable como era: más cerca de la imagen del profesor universitario que del guerrillero implacable y feroz que podía devastar al capitalismo peruano con sólo proponérselo.

Para comprender las desviaciones autoritarias de Sendero hay que detenerse en un Estado burgués que decidió ignorar a una porción de su sociedad, que cimentó con décadas de miseria y explotación un odio profundo contra los sectores desarrollados, que alimentó un silencioso resentimiento de décadas contra la alianza entre las Fuerzas Armadas y el Poder Ejecutivo a través de medidas coercitivas como represalia en el campo (militarizando poblados y obligando a enfrentarse armados a pobres contra pobres, bajo el eufemismo de "rondas campesinas"), que arrasó con comunas y asesinó a mansalva a cómplices, sospechosos e indiferentes, que no solucionó ni aún después del repliegue senderista una sola de las necesidades básicas de la población más atrasada, que fue afilando la punta de esa lanza que buscó, durante al menos una década, la yugular de un sistema enfermo, racista e injusto.

4.


Aislado a nivel nacional e internacional de otras fuerzas de izquierda, Sendero debió establecer un programa de acción si se quiere original: asumir los rígidos lineamientos políticos, ideológicos y militares del maoísmo, al mismo tiempo que adoptaba diferentes tácticas y estrategias conforme se modificaba la situación sudamericana. Como ninguna otra organización, Guzmán logró combinar rigidez a nivel de secta partidaria, con pragmatismo en la acción. La lectura y adaptación que el Presidente Gonzalo hizo de los textos de Mariátegui le sirvieron para realizar una similar caracterización de las realidades latinoamericanas: sociedades coloniales, incapacidad de la burguesía para llevar a cabo la revolución democrática, debilidad del proletariado como vanguardia de la revolución, y por ello, la necesidad de incorporar al campesinado indígena. Del Amauta también sumó la cuestión étnica que atraviesa todo el continente y que en Perú se presenta de manera violenta desde la conquista. No sólo existe el conflicto entre indígenas y blancos, sino que también se da por su territorio: el mestizo rico habita las zonas cercanas al poder que otorga la salida al mar, y los indígenas subsisten en la sierra y en la selva. Casi medio siglo más tarde, Sendero reelabora estos conceptos y los limita a los lineamientos maoístas de confrontar campo-ciudad y el conflicto étnico, sólo a la contradicción de clase. Como los campesinos -en su mayoría indígenas- constituían la población más numerosa, eran la vanguardia de la revolución, relegando al proletariado y a los sectores medios, grupos sociales que -más allá de los enunciados partidarios que los incluían como aliados- fueron excluidos.

Para la consolidación de la lucha armada, la dirigencia de Sendero vislumbró la necesidad de conformar tres frentes donde hacer pie. El principal fue la zona de influencia de Ayacucho, donde buscó exagerar las disputas étnicas y los deseos de venganza entre campesinos. Otro frente fue el Alto Huallaga, la región selvática del Amazonas donde se desarrolló y consolidó la producción de hoja de coca para el narcotráfico, y en el que Sendero asumió la protección militar de pequeños productores que eran víctimas de los narcotraficantes y de las ofensivas armadas del gobierno. El tercer frente fue el urbano: la ciudad de Lima. Sendero plantó bandera, a partir de 1989, en los suburbios marginales conformados por campesinos venidos de la sierra y el campo. Allí, Sendero se metió de lleno en la problemática barrial donde la seguridad era el mayor reclamo. Con una extensa red de informantes, los cuadros del Partido amenazaban, amonestaban o asesinaban a los delincuentes para lograr la simpatía de los vecinos. Al poco tiempo, en cada familia había un cuadro de Sendero, el Partido estaba en casa y barriadas enteras asumían como propios los patrones de conducta elaborados por Guzmán.

NO ME LLAMES EXTRANJERO

sábado, 11 de diciembre de 2010

El 10 de diciembre del 2010, en Argentina, se "celebró" el Día de los Derechos Humanos con la muerte de otro muchacho más de nacionalidad boliviana, un joven de 19 años, rematado con un tiro en la cabeza luego de ser sacado a la fuerza de la ambulancia el cual lo llevaba al hospital más cercano por las heridas graves que tenía.

El muchacho, de origen muy humilde, como casi todos los inmigrantes latinoamericanos que vienen a vivir a la Argentina, salió de su cuartito alquilado con todas sus pertenencias junto a un grupo de personas a tomar un parque en Capital Federal, con la esperanza de obtener un pedacito de tierra al cual llamarle su hogar. Estas personas, los llamados okupas, formado por hombres, mujeres y niños de diversas edades, la mayoría familias bolivianas, viviendo en villas miseria en cuartitos de tres por tres y trabajando como esclavos, fueron impedidos de crear sus chozas y en muchos casos incendiaron las carpitas hechas con sábanas, por grupos autodenominados vecinos del parque quienes no tuvieron mejor idea que sacarlos a golpes y a balazos del lugar. A consecuencia de ello murieron hasta el momento cuatro personas, tres de ellos bolivianos y una paraguaya, y también hubo decenas de heridos.


"No queremos una villa miseria (barrio pobre) en el parque" gritaban algunos hombres, "Vuelvan a su país negros de mierda, que aquí no hay trabajo para ustedes", otros decían. En un canal de noticias declaraba la viuda de uno de los primeros asesinados: "Los de la metropolitana lo mataron", refiriéndose a la policial federal que también se encontraba allí y que dispararon al corazón de su esposo, mientras un hombre argentino le gritaba a la prensa: “Esta gente que llora y se hace la humilde tiene camioneta 0 KM y talleres clandestinos”, otro de los vecinos le gritaba a la mujer en llanto y con su beba en manos: "Váyanse bien al sur, hay que llevarlos al Calafate (donde Cristina Fernández, presidenta de Argentina, tiene una propiedad). ¿Si voy a Bolivia y tomo una plaza, crees que me dejen? Me dan una patada en el orto". Muchos insultos xenófobos y racistas se oyeron ese día hacía los bolivianos, paraguayos, peruanos y chilenos, sin embargo, varios ya estábamos acostumbrados a ello.


No intento justificar en ningún momento la ilegalidad de la toma de un espacio público, que de hecho lo fue y por tanto se deberían tomar las medidas correspondientes para evitarlo. Pero este no es un problema policial, no estamos hablando de delincuentes que entran a robar a la casa de alguien, ni siquiera de gente vaga, todos son albañiles o barredores de las calles, o pintores o mucamas, personas que desde una posición humilde han ayudado al crecimiento del país. No es un problema policial sino social y por lo tanto la única verdadera solución tendría que venir por lo político.


Pero fuera de toda discusión de política inmigratoria, de indocumentados y de transgresiones a las leyes de buena convivencia, lo que aquí ocurrió fue la explosión de esa masa xenofóbica y racista que existe desde muchos años atrás, que antes se limitaba a estereotipar, a insultar en las calles y a matar un par de "negros de mierda" al año, pero ahora se ha evidenciado de manera contundente y ha mostrado su institucionalidad. La explosión ocurre en las calles, en los foros de la web, y hasta en declaraciones del mismo Jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, donde incita a la violencia contra los extranjeros.


Si nos fijamos en las últimas noticias estadounidenses, europeos y de otros países latinoamericanos, nos damos que lo que está pasando en la Argentina no es un hecho apartado de la tendencia mundial creciente de creer que las crisis son causadas por los que vienen de afuera.


Se ha dicho que los inmigrantes quitan trabajo a los que nacieron dentro, que la mayoría son indocumentados y no tienen la intención de dejar de serlo, que la gran mayoría son ladrones, narcotraficantes, drogadictos o gente ociosa que viven como parásitos recibiendo los subsidios que el país otorga. Que mientras más oscura sea nuestra piel más inferiores somos, que el "indio" y el negro se reproduce como conejos y que llenamos de basura las calles. Aumenta el odio, el egoísmo y el miedo. Reaparecen los discursos nacionalistas donde el compatriota es primero, los extranjeros después, o nunca; reaparece la exigencia de mano dura contra los extranjeros. ¡¡¡BASTA YA!!!


Las personas pueden ser pobres aún viviendo en Nueva York o en Lima, existe inimaginable cantidad de hombres que mueren en las calles o enfermos en un hospital por su estado decadente social y económico, gente que nunca tuvo una oportunidad. La pobreza no distingue razas o nacionalidades, casi la totalidad de la población mundial necesita más recursos que lo que puede disponer. La lucha entre las naciones sea el motivo que fuere es la lucha de pobres contra pobres. El trabajador es explotado en cualquier parte de mundo, sea mayor o menor la plusvalía, todos somos una única clase. El obrero boliviano y el argentino, el peruano y el chileno, el ruso y el estadounidense, todos somos de la misma clase, tenemos las mismas carencias, el mismo cansancio y también los mismos deseos de superación. Antes de pensar en el bienestar nacional, uno debe pensar en el bienestar de clase, es decir aunar los intereses, porque creo que uno tiene mayor afinidad y empatía con aquel que la lucha de igual manera para sacar adelante a su familia que aquel otro que siendo compatriota suyo se dedique o robar recursos naturales y humanos para aumentar su riqueza. Como dice un tema de Cortez y Cabral:


"En el fondo de los tiempo, cuando no existían fronteras,

antes que vinieran ellos,
los que dividen y matan,
los que roban, los que mienten,
los que roban nuestros sueños, ellos son
los que inventaron esa palabra, extranjero".

SENDERO LUMINOSO: DE MARIÁTEGUI AL TERROR ROJO (primera parte)

viernes, 19 de noviembre de 2010

Nota publicada por la revista Sudestada en octubre del 2010

(JPG)

por Martín Latorraca y Hugo Montero



“El marxismo-leninismo abrirá el sendero luminoso hacia la revolución...” José Carlos Mariátegui


1.

¿Es que no escucha la voz de alerta de las compañeras, primero un susurro confidente, después un grito tenso, casi un ruego? ¿No se inmuta cuando el chofer del micro se detiene de improviso frente al retén policial y baja a las zancadas y corre aterrorizado hasta el resguardo del destacamento? ¿Es que no percibe la salida intempestiva de los agentes uniformados, que ahora rodean el bus, que disparan al aire, que apuntan hacia su ventanilla y exigen su rendición a los gritos? Feliciano mira hacia la nada, inmutable. Afuera, apenas amanece sobre la ruta que parte por la mitad a la selvática localidad de Cochas, muy cerca de Huancayo. No, no escucha a las compañeras que esperan una orden, que no saben qué hacer, que gimen desesperadas frente al desenlace inexorable. Feliciano no dice nada, elige el silencio, y se aferra a la bolsa de arpillera que oculta entre sus piernas. ¿Es que no comprende que en segundos el micro será baleado por la policía? ¿No le importa que ahora, armados de un temor alimentado durante meses de cerco y búsqueda implacable, los agentes aborden el colectivo y apunten sus fusiles trémulos contra su pecho y parezcan dispuestos a llenarlo de agujeros ante el primer movimiento de su cuerpo gastado, exhausto ya de tanto escapar hacia ningún lado? Feliciano mira los ojos de sus captores, mide el terror en sus miradas, lo conoce. Sabe que esa madrugada del 14 de julio de 1999 ha llegado al final del camino.

De frente al caño de un revólver, las palabras se caen de su boca sin convicción, se pierden en el silencio tenso del pasillo del ómnibus copado por la policía...

- Ya perdí, ustedes han ganado. Soy Feliciano. No le hagan daño a las mujeres que me acompañan. Estoy desarmado...

Los uniformados no bajan la guardia, tampoco las armas. No por nada el hombre que les habla es el guerrillero más buscado de la patria, el último líder histórico de Sendero Luminoso... ¿El temible comandante Feliciano, cuya cabeza se cotiza en 200 mil dólares de recompensa se entrega así, sin resistencia, preocupado apenas por la seguridad de sus tres camaradas que asisten a la escena en disciplinado mutismo? ¿El líder de la violenta fracción “Sendero Rojo”, por el cual se lanza un operativo con 1.500 efectivos dispersos en la selva central peruana, afirma estar desarmado, se muestra abatido y derrotado ante sus captores? ¿Por qué se aferra, como un náufrago a la deriva, a una bolsa de arpillera que no contiene otra cosa que medicinas, unos choclos, un par de papas?

Feliciano no lo dice, pero esa madrugada no lo han derrotado. Él sabe que la derrota comenzó mucho tiempo atrás, que el incidente de su captura es la consecuencia lógica de un epílogo que se demoró más de la cuenta. Fatigado por el esfuerzo empeñado en eludir un cerco tras otro, rengo por una herida de guerra mal curada, sin más hombres a su cargo que un manojo de espectros sin preparación militar, Feliciano se entrega porque conoce el guión de esta historia. Ya no es el temible guerrillero que osó escupir sobre las órdenes de un claudicante y servil Abimael Guzmán y que se forjó fama de rebelde por su lucha incansable al mando de la fracción “Proseguir”. Ya no es el caudillo indomable que propone persistir hasta vencer, el líder de la “línea liquidacionista” o del “bloque escicionista”, según las categorías de Guzmán cuando desoyó su llamado insultante a negociar la paz. Ahora es un hombre viejo, exhausto, rengo, desarmado. Ahora es una sombra.

Sabe Feliciano que, desde esta madrugada fatal, su ejército disperso y raleado que intenta sobrevivir en el valle de los ríos Apurímac y Ene (VRAE) quedará en manos de José y de Alipio, que ya no estará él para controlar el vínculo entre Sendero y el tráfico en esa zona selvática donde se concentra la mayor producción de coca del país, que ya no podrá impedir que Sendero se transforme en otra cosa. En algo muy distinto a lo que imaginó en 1992, cuando supo que Guzmán había sido atrapado sin mediar un solo disparo por la policía, y con él otros ocho integrantes del Comité Central, en un golpe de inteligencia que desmoronó a la organización. Sólo él zafó del operativo de inteligencia militar, y zafó porque estaba en el campo, combatiendo, y no en Lima, resguardado como un burgués, gozando de los privilegios de una beatificación irracional, custodiado por un grupo de fieles sin un solo revólver en toda la casa para presentar combate en caso de redada policial.

Ese paralelo es lo único que inquieta ahora a Feliciano. Él también, como Guzmán, se entrega desarmado. Él tampoco cae en manos del enemigo luego de una balacera heroica, después de jugarse el pellejo a cara o cruz y ganarse un lugar en el panteón de los mitos rebeldes. No pudo cumplir con la recomendación de su padre (“Yo le diría que como hombre se defienda y que si no quiere ser detenido, que se mate”), un decepcionado general retirado del ejército que no había podido impedir que su hijo notable, el único con medalla de honor por excelencia académica en el colegio, se sumara a la guerrilla maoísta que haría tambalear al Estado durante más de una década.

No pudo, y la similitud lo avergüenza. En todo lo demás, se diferencia del “traidor y delator”, del “llorón y farsante”, del “déspota y alcohólico”, como definiría después a Guzmán en su celda en la Base Naval del Callao, no muy lejos del calabozo donde envejece el propio Presidente Gonzalo. Si Abimael es el teórico, con su aspecto de profesor universitario y su impronta de orador académico; Feliciano es el hombre de acción, un soldado de la revolución, el primero en la embestida. Si Guzmán es capturado en el ápice del poder de Sendero, semanas después de anunciar el pasaje a la fase de “equilibrio estratégico” y semanas antes de la ofensiva final; Feliciano cae cuando Sendero es una sombra de sí mismo, un grupo dividido por las pujas internas que reparte su tiempo entre forjar una alianza con los narcos en la selva o intentar reconstituir algo de toda la fortaleza perdida. Si uno teoriza oculto, firma órdenes y exige sacrificios heroicos desde los sótanos de una ciudad aterrorizada, el otro sangra en la batalla, pone el cuerpo, respira peligro en el campo. Si Guzmán proclama la necesidad de un acuerdo de paz a poco de asumir la derrota en la cárcel, Feliciano persiste en la lucha después de esa misma derrota.

Feliciano se entrega. Lo espera una larga condena. Lo espera, también, el balance de una historia que alguna vez se llamó Sendero Luminoso, pero que ahora asume las formas de un recodo oscuro, lúgubre, ajeno a toda épica.

2.


El sol quemaba. Arequipa sufría los ataques virulentos de los rayos solares que presagiaban un duro verano. Al sur del Perú, comenzaba a dar sus primeros pasos militantes y políticos Abimael Guzmán. Hijo de un padre poderoso y una madre pobre, fue criado por la mujer de su padre en los mejores barrios de la ciudad, alejado de la marginalidad en la que sobrevivía su madre. Corría 1958 y un terremoto sacudió toda la zona. Por aquellos días, Guzmán pudo ver que tras lo coquetos muros de su casa, a pocas cuadras de su barrio, miles de personas habían sufrido la consecuencias del temblor. Enseguida emprendió su primera experiencia clandestina: se acercó a los damnificados y les donó casi toda su biblioteca personal. Abimael Guzmán tenía 24 años. Luego estudió Filosofía y Derecho e inició su militancia política orgánica en 1960 en el Partido Comunista del Perú (PCP).

Mientras realizaba sus exámenes finales, obtuvo un puesto como profesor en la Universidad de Arequipa, cargo que perdió en 1960 debido a una profunda reforma académica. Recién incorporado al PCP y sin trabajo dentro de la universidad, su horizonte estaba lejos de su ciudad natal. Pronto una oferta lo sedujo. Podía volver a las aulas como profesor de Filosofía en la Universidad San Cristóbal de Huamanga, en Ayacucho. Con este cambio de localidad, Guzmán encontraría el escenario ideal para lo que luego sería Sendero Luminoso. La ciudad que lo recibió era totalmente distinta a Arequipa, que era la segunda localidad más poderosa del Perú, con fuertes industrias laneras y con la importancia de salida al Pacífico. En cambio, Ayacucho era el distrito pobre, con un sistema agrícola basado en el feudalismo más atrasado, en el que los hacendados oprimían y mantenían en la miseria a los campesinos. La Universidad era una cuestión de orgullo para los ayacuchanos, donde por primera vez en todo Perú los hijos de los hacendados debían compartir aulas con los campesinos. Por sus claustros pasaron intelectuales como Luis Lumbreras, y escritores como Julio Ramón Ribeyro y Oswaldo Reynoso. Apenas cinco años después de su reapertura, llegó a la Universidad el rector Efraín Morote, un antropólogo progresista que abonó el campo para el desarrollo de actividades políticas. Así en 1961, la fracción maoísta del PCP, que luego se convertiría en Sendero Luminoso, creó el Frente Estudiantil Revolucionario, bajo la mirada atenta de Guzmán, quien dos años más tarde ya formaba parte del Consejo Académico. Al mismo tiempo, continuaba con su militancia dentro de la célula de intelectuales que realizaba un intenso trabajo político en los barrios pobres, y a los pocos meses ya comandaba la dirección juvenil del Partido, lo que le permitió, con el soporte de la Universidad, organizar y educar a los crecientes cuadros comunistas. La Universidad de San Cristóbal, durante el rectorado de Morote de 1962 a 1968, llevó al máximo el ideario del fundador del Partido Comunista, José Carlos Mariátegui: "La universidad como una fábrica y los estudiantes como sus trabajadores". Guzmán no quería resignarse a ocupar sólo cargos académicos. Buscaba algo que le permitiera comenzar a verter sus lineamientos ideológicos a las bases. No le alcanzaba con desviar parte de su programa como profesor y llevar las clases al debate político. Tenía que lograr adoctrinar a los futuros formadores, no le bastaba con los estudiantes.

Con el telón de fondo del enfrentamiento ideológico iniciado en 1956 entre la China de Mao y la URSS de Jruchov, el movimiento revolucionario internacional recibió el impacto. Con la ruptura definitiva en 1963, la fractura dentro de las filas de los PC no demoraría en impactar también en el Perú, donde sería determinante para la futura formación de Sendero Luminoso. En 1964 se realizó el IV Congreso del PCP y se conformaron dos grupos antagónicos: el Partido Comunista Peruano-Unidad (que defendía la "vía pacífica al socialismo") y el Partido Comunista Peruano-Bandera Roja (que proponía desarrollar la guerra popular prolongada maoísta). Con esta división, Abimael Guzmán se sumó al segundo grupo y al poco tiempo, llegó a dirigir el comité del PCP-BR de Ayacucho. Desde esa posición de dirigente político y universitario, logró que el maoísmo predominara entre el estudiantado para luego formar la Federación de Barrios de Ayacucho y poner el acento en la problemática del campesinado.

Mientras tanto, continuaba organizando su base política dentro del sector estudiantil. Así, llegó a controlar la escuela secundaria Guamán Poma de Ayala, en la que se formaban los futuros docentes. De allí egresaban 500 maestros escolares, universitarios y técnicos, que luego se dispersarían en las aulas a lo largo de toda la Sierra Sur. Con la posibilidad de dirigir los programas educativos de la institución, los textos confrontaban con la mayoría de lo que el Estado peruano imponía en las demás escuelas. A diferencia de los oficiales a nivel nacional, los de Ayacucho no dedicaban páginas a la defensa de la patria ni a la policía, sino que rescataban la importancia del pan, del trabajo en la tierra, denunciaban a un Estado que le daba la espalda al país real. Sin necesidad de organizar manifestaciones, ni intervenir en el trabajo político en los sindicatos, Guzmán dirigía sus esfuerzos hacia los maestros.

Pero no todo seguía el rumbo que Guzmán y sus seguidores pretendían. El triunfo de la Revolución Cubana en 1959 y el posterior derrame de la experiencia guerrillera por todo el continente generó una retracción en las filas del PCP-BR a nivel nacional. La Universidad no fue la excepción: el surgimiento, en 1965, de la guerrilla del Ejército de Liberación Nacional procubana en Ayacucho rompió con la hegemonía de Guzmán y lo empujó a viajar a China a una escuela de cuadros en medio de la Revolución Cultural de Mao. Apenas dos años más tarde, Guzmán regresaría a Perú a recuperar el terreno perdido. Para conseguirlo, utilizaría el asesinato del Che en Bolivia y la derrota en varias intentonas guerrilleras en Latinoamérica como forma de denostar los métodos emanados de la experiencia de Cuba, a la que caracterizaba como un "Estado burgués avanzado" y al Che, apenas como un "tipejo". Con la chapa que otorgaba la derrota de la oleada guerrillera, Bandera Roja emprendió una lucha feroz por la hegemonía política dentro de la Universidad y se enfrentó a su antiguo aliado, el rector. Como consecuencia, Morote renunció a su cargo en 1968 y dejó el camino allanado para las aspiraciones de Guzmán. A partir del golpe militar del nacionalista Juan Velasco Alvarado de ese año, la disputa entre las diferentes organizaciones comunistas fue despiadada. Mientras algunas se posicionaban desde un apoyo crítico a las medidas de la reforma agraria y otras reivindicaciones históricas de la izquierda, los más dogmáticos se oponían sin miramientos. Las consecuencias políticas dentro de Bandera Roja no tardaron de mellar la frágil base social en la que se sostenía. Con un contexto del comunismo internacional, Guzmán y su comité de Ayacucho rompieron definitivamente con la dirección nacional porque no apoyaba la lucha armada. Entonces, pasaron a llamarse Partido Comunistas del Perú- Sendero Luminoso, y en 1974 anuncian el inicio de la preparación de la guerra popular. Con ese fin, organizaron el envío de cuadros militantes a comunidades campesinas para el adoctrinamiento y la captación. A partir de esa declaración de guerra, Guzmán pasó a la semiclandestinidad y dejó su trabajo en la Universidad. Para 1979 todos los cuadros del aparato militar de Sendero pasaron a la clandestinidad y en septiembre de ese año se aprobó el inicio de la lucha armada. Para esa fecha, se calcula que Sendero tenía unos 2.000 militantes armados.

PERÚ: MODELO ECONOMICO CUMPLE 20 AÑOS

domingo, 8 de agosto de 2010

Era un miércoles cualquiera en Lima o eso parecía ser, la noche del 8 de agosto de 1990 cuando Juan Carlos Hurtado Miller, por entonces el flamante ministro de Economía del gobierno de Fujimori, anunciaba por los medios de comunicación a la población peruana las nuevas medidas adoptadas para acabar con la crisis. Crisis esencialmente económica, de altas tasas de desempleo, hiperinflación que llegaba a los 7650% y que nos colocaban tristemente en la historia como la mayor que llegó a darse en el mundo, estancamiento de la producción y corrupción del Estado; también la crisis fue social con los grandes movimientos populares, que tuvieron más de una razón para salir a protestar, y el terrorismo que comenzaba a mostrar presencia en la capital. Podría decirse que los años del primer gobierno de García fueron los peores de la historia del Perú actual, sin embargo los que les sucedieron estarían lejos de considerarse de las mejores. Hurtado Miller al final de su presentación imploró el apoyo divino: “Que Dios nos ayude”, era el 8 de agosto de 1990 cuando nació el neoliberalismo en el Perú.

El neoliberalismo, nacido dentro de aquellos centros de intelectualidad más avanzados del conocimiento económico predominante que es la Economía Neoclásica, fue presentado sin embargo sólo como un paquete de medidas puramente técnicos sin otro objetivo más que el bienestar general de las naciones (como si el concepto de bienestar no llevara consigo un contenido ideológico). Nacido en los países desarrollados pero la aplicación casi pura fue dada en los países subdesarrollados, ya que tuvo gran acogida básicamente por el débil y limitado poder estatal y por los altos casos de corrupción de los funcionarios.

En el Perú como en la mayoría de los países sudamericanos el poder estatal era elefantiásico, gravoso e insostenible, producto de una visión paternalista del Estado y como dije antes de la corrupción. No obstante de ningún modo pueden quedar justificadas las medidas neoliberales por cuanto en vez de favorecer a la población aumentó aún más la pobreza y la desigualdad social. Si bien fue un hecho real la inmensa ineficiencia que tenían las empresas públicas, con las privatizaciones se les quitó los pocos servicios que eran gratuitos o por debajo del costo real que los pobres podían gozar.

Las medidas antiinflacionarias no fueron impopulares sin razón, la destrucción de la producción nacional fue un hecho notable, “muy convenientemente” también hubieron reformas de las políticas arancelarias que terminaron por dilapidar muchas de las grandes y medianas empresas nacionales que existían, por la competencia de grandes industrias chinas de producción a escala (en realidad no hubo competencia por las grandes diferencias tecnológicas entre ambas industrias).

Otro jaque al pueblo fueron las medidas adoptadas en el mercado laboral, la flexibilización laboral que no es más que la quita de los derechos laborales, esos por cuales muchas generaciones de trabajadores lucharon con sangre, sudor y lágrimas para que sean reconocidas, para que no sea el hombre tratado como una herramienta más dentro de la producción sin otra cualidad más que la de ofrecer su fuerza de trabajo. Llevó a la época donde trabajar formal o informalmente ofrecía casi los mismos beneficios para el trabajador (y “ofrecer” en este contexto tendría equivalencia a “no ofrecer”), también a la creación de microemprendimientos que si bien han sido tratados como la evidencia de la creatividad peruana, también pueden ser vistos como evidencia de la grave crisis laboral por cuanto los peruanos se veían forzados a crear su propios puestos de trabajo en una realidad donde la flexibilización laboral hizo que el trabajo formal carezca de esos derechos básicos como derecho a la sindicación, a las huelgas, al mantenimiento de un trabajo estable, se perdió todo eso con el abanderamiento de la eficiencia y aumento de las productividad , y ni se llegó a las expectativas esperadas de mayor demanda laboral de las empresas. Estos microemprendimientos caracterizadas por ser familiares o vecinales, con sueldos por debajo del mínimo legal, sin derechos laborales básicos y por su baja tecnificación resultan ser incompetentes en el mercado, siguen siendo publicitados por el gobierno como una manera eficaz para salir de la pobreza cuando todos notamos lo contrario.

Con los años que les sucedieron parece que estos acontecimientos no nos sirvieron de mucho como experiencia, y seguimos una y otra vez votando por candidatos presidenciales y legislativos conocidos como “el mal menor” entre la amplia gama de candidatos. Elegimos entre “sida y cáncer terminal” como bien dijo nuestro queridísimo compatriota snob y siempre nos llevamos desilusiones peores de lo que esperábamos. Pero una y otra vez seguimos defendiendo un modelo que no nos tiene favoreciendo en nada, es posible que haya calado en lo más profundo del subconsciente que es normal y única forma que tienen las naciones para crecer, abriendo los mercados internos sin un análisis exhaustivo, incentivando las exportaciones, aumentando las reservas internacionales, creando TLCs con cualquier estado, en reducidas cuentas, un estado mercantilista. Además de ello, las privatizaciones, el ingreso al mercado bursátil de las pocas empresas públicas que quedan, capitalización de la deuda y de las contribuciones, este ingreso a la economía irreal, la financiera si bien ha mostrado hasta el momento buenos resultados, la integración de un estado dentro de ella lo hace endeble a estar seguir las crisis internacionales, y no hablamos de una persona, hablamos de un país que entra en crisis por cuestiones que son ajenas a su realidad.

Hoy, domingo 8 de agosto del 2010, se conmemora algo que mucha gente desconoce porque no llevamos un número 8 en rojo que nos recuerde que es feriado o una fecha especial en el calendario, o ningún funcionario dio aviso a esto porque aquí no hay nada para festejar, sin embargo, ningún peruano adulto puede desconocer que hace 20 años el Perú iniciaba una nueva etapa como nación, porque el modelo neoliberalista no es un conjunto de medidas económicas imperceptibles para la sociedad, las medidas afectaron y siguen afectando mucho el rumbo como país, de las mentes y de los intereses particulares y nacionales.

No fue como muchos peruanos pensamos, que el modelo se inició a partir del autogolpe de estado que Fujimori hizo al Congreso (aunque si fue un momento importante para imponer las medidas más impopulares). Fue en 1990 que se produjo el shock económico bajo el nombre de Programa de Estabilización. Es evidente, sin embargo que, ambos sucesos provinieron de la imposición más que de las conversaciones y el debate. Resulta paradójico que los políticos de ese entonces, fujimoristas y el resto de las bancadas que fueron expulsados de su cargo en el Congreso, en estos momentos se sientan los abanderados de la democracia, apoyando un modelo que hace menos de 20 años la aborrecían.

Como buen economista que soy también pienso en las malas intenciones de muchos, especialmente los seudorepresentantes del pueblo de turno, un conjunto de políticos, economistas, sociólogos y porque no también líderes religiosos, que repiten una y otra vez sin cansancio que el Perú mejora cada día más, que somos los primeros del continente porque nuestro PBI crece a tasas insospechadas, porque las exportaciones tienen la misma tendencia o quizá mejor, porque la desigualdad se redujo en decimales y porque ahora el niño pobre en vez de comprar un solo pan para su desayuno, almuerzo y cena, en los 20 años que está durando el modelo económico, el niño pobre hecho hombre pobre, padre de familia, puede darse el “lujo” de servir un pan con jamonada.

La mala intencionalidad de muchos es una subjetividad mía, lleno del absurdo por supuesto. Nadie tiene mala intención sin una intención dada. Es claro pensar que si los niveles de pobreza casi no variaron pero el PBI aumentó bastante, alguien está obteniendo mucho en la repartición de la torta.

No estoy exagerando y menos soy pesimista. El objetivo de este análisis es que pueda tomarse conciencia y discutir que, si hemos vivido 20 años con un modelo el cual se dijo es el más eficiente y más beneficioso para la población, y esta población no mejoró drásticamente sus condiciones de vida (social, económico, etc.) no puedo encontrar lo beneficioso del modelo. Me pregunto, ¿Cuándo llegará el esperado chorreo económico de Toledo? ¿Tendremos que esperar quizá una tercera generación que podamos al fin disfrutar de ella? ¿Es racional pensar que con 20 años de experiencia neoliberalista, caracterizada en la evocación del sacrificio de las generaciones de peruanos, por parte del gobierno de turno, pueda ser capaz realmente de llegar a una satisfacción de los peruanos, o quizá todo este cuento de la libre competencia es una creación más para que seamos más pacientes y menos esperanzadores de un porvenir que desde antes se sabía no tenía la intención de compensar el esfuerzo que nos obligaron a cargar durante estos 20 años?

Por último, esta es mi pregunta central ¿No había otra opción? ¿NO HABRIA OTRA OPCION?